miércoles, 2 de julio de 2014


Estamos sentados los cinco alrededor de una mesa, tomando ya la copa, la pequeña Isabel de Portugal nos da la espalda y el sol vespertino se reparte por igual entre las escaleras que conducen a la catedral y un establecimiento de máquinas tragaperras.
Debatimos sobre las papeletas sindicales que dentro de poco hay que volver a contar, sin ilusión, resignados a la ausencia. Siempre igual, la letanía de los recuerdos para intentar seguir.
Una paloma aletea con fuerza en el suelo, da vuelta sobre su cuello torcido que no levanta del suelo, no se pone en pie, lucha, bate con fuerza, se abandona bajo una mesa vacía de whiskys y seguimos buscando .
Un policía baja de su moto y entra en la casa de juego.
En cinco es imposible la paridad aunque  todos valgamos ya  por medio.
Un mendigo argentino y muy delgado nos pide fuego y misericordia, lleva manga larga - ¡con la que está cayendo! - y una botella disimulada en el bolsillo. Se sienta y se refresca, miran a un mundo que parece estar inmediato.

El policía sale de la casa de juego con el gesto torcido y el casco en la mano.
El camarero recoge cuidadosamente a la paloma en una bolsa de plástico.
Al mendigo ya no lo veo.
Yo me encamino al sur. Parece que la tarde ha terminado.



No hay comentarios:

Publicar un comentario