martes, 25 de febrero de 2014

Desvelo


No tengo nada que contar, pero toca develo y en noches/días así escribir sustituye a los sueños.
Escucho el piar de un pájaro, por la ventana cerrada entran suaves trinos confundidos, tal vez,  por la alunada luz de la farola. Aún no son las cuatro.

Leo otras vigilias y observo que llevo meses sin volver a Nueva York, sin ver como los vagabundos- grandes y negros- empujan su carrito del Carrefour bajo los puentes gastados de Brooklyn, hace tiempo que no saco del bolsillo hojaldre glasé de "miguelitos" y que no  recojo hormigas urbanas para traer  un recuerdo al recuerdo.
Los pobre de pedir son, a cada reforma, más cercanos, habituales y en blanco.
Entre la puerta de mi trabajo y el estanco de Manolo puedo hablar de tres.
 El primero, sentado en un escalón de lo que fue una sucursal del BBVA y ahora trastocado a  chino, - todo local es susceptible de ser convertido en chino -. El hombre, con una tranquilidad de más de cincuenta años, refleja serenidad en la cara. Los clientes fijos le dan alguna moneda y mucha conversación, a él siempre lo veo callado, un cartel gastado pronuncia su letanía "vivo y duermo en la calle", y una gorra guarda una herradura y algunas monedas de viento.
El siguiente ocupa toda la acera de la avenida, va y viene, de un lado a otro, abordando con la mano extendida y un "por favor" desafiante a todos los que bajan y a todos los que suben. Se le ve ofendido, con toques de rencor y ojos derrotados.
La tercera, es la decana, le dicen la portuguesica,  poca gente le entiende el acento calé y desdentado, su charla va desde el hotel Los llanos hasta el estanco, con alguna incursión en las cafeterías de la esquina, opina lo guapa que es mi hija y cada lunes me insiste - creo - en que me afeite la barba que me he dejado.

El pájaro sigue piando. Tal vez esté desvelado.




lunes, 10 de febrero de 2014



Las olas aquí huelen a tierra
y la arena templada anida en los balcones
en espera de una ráfaga de escobas
con zumbido de caña.

¡Miro al mar rompiéndose!
 -lo veo en unas hojas de papel asperamente moreno,-
lo veo
renaciendo, rompiéndose, renaciendo..
sobre un sí mismo ajeno
sobre los demás ajenos
aquí
en un levante prestado, bajo el sol,
entre el viento,
sobre un mar individual.

Y al recontar las olas siempre comienzo en uno
"como un náufrago metódico"
como si se pudiera empezar cada segundo otra vez
sin ayuda de palomas que midan la distancia.