sábado, 18 de abril de 2015


Debo cambiar mi foto de perfil, ya no tengo esas gafas disimuladas, ahora son azules, un azul de ojos azules, tampoco conservo la misma cara, ahora  lleva barba de bastón y mochila, y  la PH de la camiseta se borró hace unos días. Debo cambiar la foto de mi perfil.

La mesa habitual en la que escribo se llena de cosas de momentos venidos, un pebetero de madera para quemar barritas de incienso, el incienso  me recuerda a Proco que, en clases de yoga,  saludaba al sol cada tarde entre la sombra de su pelo. Tengo a la vista un pequeño libro de poesías que arrancó mi hija en una boutique del rastro de Madrid.

El domingo desayuné con ella en una cafetería con luz a una plaza de antigüedades, fue su vigesimosegundo cumpleaños, mientras brindábamosmos con el café, un niño - ¿qué tendría, seis años? - revoleaba en poco más de dos ladrillos con su pequeña silla de ruedas. Mientras giraba y lloraba con sus alas rotas,  dejaba aroma a esas penas que no han sido.

Mi mesa sujeta varios libros, me gusta verlos calidamente apilados y cerca, una libreta de inglés para torpes, poesía, y un cuento de varios mundos que releo y recuerdo, también hay un botellín de agua para el camino, bolígrafos de muchos colores y el móvil  para no perder el mundo.

Hace dos años le regalé a Carmen un haiku, intenté dejar en tres versos algunos besos para una nueva vida, este domingo el regalo fue de paño y fiesta, y también algo suelto para unas risas.

El niño estaba tomando churros con chocolate, manchándose las comisuras de la boca de manera infantil y pálida, mientras que, de reojo hablado, le miraba las piernas adivinando las historias que arrastraban.

La alegría puede llegar sentada y laica, lo sé, pero hay mañanas con esos momentos de nube y lluvia, que no se puede olvidar la suerte de tus sonrisas.

Ahora que remiro la foto, me doy cuenta de que también tengo el pelo mucho más blanco y escrito. Debo cambiar mi foto de perfil.









p.d. algo así será la próxima.